> ENTREVISTA A HERNÁN CASCIARI

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

“No podemos hacer una web de calidad sin proponerle a un grupo de lectores algo físico. Porque si sólo fuera un medio virtual sería muy complicado hacerlo sin publicidad. Y no queremos trabajar con publicidad. Entonces tenemos que ofrecer un producto físico como variante y que no se parezca a nada de lo que hay hoy, que está atravesado por la publicidad o por lo gratuito, que al fin de cuentas también depende de las publicidades. La revista Orsai se agota permanentemente porque no estamos buscando rentabilidad, que es lo que buscan los medios. Porque nadie quiere hacer un medio sino un negocio poniendo como excusa un medio. El problema está en los alrededores, nunca en el medio. La escuela de la codicia está cada vez más clara: hay gente que quiere llevarse plata sin importar de qué se trate”. Hernán Casciari comienza así la charla. Más de una hora en un bar de Villa Urquiza, el barrio porteño al que volvió a vivir tras casi quince años en Barcelona. “Acá estoy haciendo exactamente lo que planeaba hacer en España cuando volviese”, agrega como para dejar en claro que pasa un buen momento profesional y personal.

En lo profesional, su revista Orsai (que la hace con su amigo y socio Chiri, Christian Basilis) se agota en cada edición en papel. Ya van por la número 20. Y con el nuevo año lanzó la web de Orsai, https://revistaorsai.com/. Casciari y su equipo para leer y para escuchar. “Estoy a full con el papel y la web. El papel, tratando de hacerlo lo mejor posible. Y la web es como un juguetito nuevo con el que estoy encariñando. Tiene sonido, porque le pido a los autores su propia voz en cada nota que mandan. Pero no una voz de estudio sino una voz espontánea. Hay como un juego en el que el amateurismo juega un papel importante”, explica. El amateurismo de Casciari y su equipo es superador: por lejos, sus textos (y ahora audios) ofrecen más calidad que los medios tradicionales. Uno de los motivos tal vez esté en la credibilidad. “Me divido -dice- entre consumidor de contenidos y generador de contenidos. Como consumidor, me frustra todo. Pero como generador, siento que hay una selva virgen, alucinante. Y poca gente lo hace bien. Entonces, no cuesta nada destacarse. Uno hace dos cosas bien y permanentemente estás enfocado. Alcanza con no mentir. Si tenés un medio de comunicación y la razón última no es la vocación ni el oficio sino el dinero, necesariamente tenés que mentir. Para empezar, tenés que decir que te gusta el oficio cuando no te gusta. Sigo pensando que la publicidad es un error en el que caen todos y por eso no se pueden hacer las cosas que uno quiere. No hay manera, porque no es uno el que decide sino otro. Entonces con el tiempo o no tenés ganas de hacerlo o ya no te importa.

Subsidios, fundaciones, publicidad, todo el que te dice hasta cuándo, te está cagando. Los proyectos culturales que no se hacen por un pacto entre generadores y consumidores me importan muy poco”.

- ¿Cómo te convertiste en referente de los medios independientes?

- Tiene que ver, supongo, con haber desarrollado el oficio desde un lugar personal, sin jefe. A mí me parece que es la única manera que va a quedar. Cuando sentí la necesidad de irme de todos los lugares en los que trabajaba para armar algo propio no había tanta gente haciéndolo. Ahora sí. Eso significa que hay espacio y un público que prefiere este tipo de emprendimientos, que se necesita de un grupo de gente que trata de escapar a esos que no les importa si hacen un medio o una fábrica de chorizos. No se trata de que te echen, sino de irse. No se trata de pelearse. Irse. No se trata de convencerlos. Irse. Hay una gran adicción al sueldo fijo. Todavía no hay gran comprensión de cooperativa. 17 personas con ganas de hacer algo se pueden ayudar. Falta que se armen esas pequeñas células. Los músicos, los escritores, los cineastas han estado convencidos durante mucho tiempo que hacía falta ser masivos para vivir bien. En absoluto: con tener una pequeña comunidad vivís bárbaro. ¡Bárbaro!

- ¿Lograste que tu nombre sea una marca?

- Orsai me parece es más marca que mi nombre. Mi nombre es marca como escritor y no como generador de proyectos. El proyecto Orsai es más abarcativo. Además somos muchos. Para empezar, lo hago con el Chiri, con su mujer y la mía y con Josefina Licitra. Soy una especie de marca en cuanto a lo que hago como narrador, pero me parece que Orsai le gana.

- Hace unos años dijiste que se te fueron las ganas de escribir. ¿Cómo andás con eso ahora?

- Tuve épocas de bloqueos literarios que me preocuparon. Se me pasó cuando entendí que escribir era solo una parte del proceso de comunicar. Hoy sé que hay muchos formatos. Ahora uso el directo, el vivo. Cuento el mismo cuento tres veces en la semana en distintos teatros y cada vez tiene un párrafo nuevo. Me parece divertido. Narro una anécdota en voz alta frente al público. Cuento de otra manera. Antes me sentaba y sólo escribía.

Historias y tecnología

- ¿Leer cuentos en las noche de Telefé te permite masividad?

- No sé si es tan masivo. Me parece que la tele hoy no es tan masiva. Perros de la calle (programa radial de FM Metro donde es columnista) tiene más masividad. Y muchas veces hasta me parece que Youtube es más masivo que Perros de la calle. Nunca sabés. Sí sabés que cada vez hay más formatos para llegar a un persona. La gente hoy no sólo se sienta a leer. Eso pasa poco. La gente quiere seguir escuchando historias. Hoy puede ser con Apple, Spotify, Youtube. No importa cómo se llame, voy a contar un cuento en cualquier formato y en cuatro minutos, que hoy es mucho tiempo.

- ¿Y la calidad?

- No estoy convencido de que el mensaje tenga que ser de calidad. El contenido tiene que llegar, tiene que ser tremendamente veloz más que nada. Sé que un párrafo de 600 palabras inicial con la descripción de una casa hoy no funciona, como sí funcionaba en el Siglo XIX. No se puede empezar más así. Hay un cambio fundamental que es la explosión de imágenes en la cabeza que construimos antes de empezar a consumir la historia. Eso debe ser solventado por una frase poderosa. No sé si es más calidad la del Siglo XIX o la de ahora. Lo que pasa hoy es que hay más gente dispuesta a escuchar que hace cien años y más altavoces dispuestos a emitir. Calidad hace el que sabe zigzaguear.

- Se decía que la tecnología arrasaría con la radio, y sin embargo...

- No sé si la radio sigue siendo la radio. Me parece que lo que funciona es gente hablando. Y además hay más parlantes para escuchar a gente hablando. Yo escucho poca radio. Muchos escuchan a Beto Casella o a Del Moro, pero otros escuchamos podcast. Pueden pasar de moda los formatos. Pero ¿a quién le importa que se mueran los formatos si abajo de eso hay otros 27? Lo que yo hago es del Siglo XII: cuento una historia y otros me escuchan. Siempre es un tipo que habla. O que baila. O que escribe. Siempre es eso. Lo demás son formatos que cambian: la imprenta, el papiro, el cine… y mucha gente que no tiene qué contar dice “se muere esto, se muere aquello”.

Achicar el mundo

- Pedro Mairal decía que los blogs permitieron que la gente escribiera espontáneamente.

- Más que acercar a la gente a la escritura alejaron la idea de solemnidad que tuvo siempre lo cultural, por demasiado elitista. Esas señoras que hoy publican su vida en Facebook son las mismas que de jóvenes querían hacer un curso de literatura o de algo y sus maridos no las dejaban. Yo pienso en las ganas que habrán tenido de hacer algo, de contar. Y hoy pueden hacerlo por las redes sociales. Excede lo cultural. Permite a la gente desarrollar cosas que antes no podía, aunque sea cursi. Está bárbaro. Como soy de un pueblo, internet no me llama la atención más que por la multiplicación de hechos en un pueblo chico: chusmeríos, mostrar el auto que te compraste, dar vueltas a la plaza. Internet multiplica lo que era Mercedes en 1976. ¿Fake news? ¡Qué va a ser nuevo! Sólo que antes las viejas tenían que abrir la ventana y mirar para enterarse de qué pasaba en el barrio. Ahora se aprieta un botón y listo. Me parece que internet lo que hizo fue achicar el mundo, hacerlo pueblito.

- ¿Se lee menos? ¿Se lee más?

- Lo que pasa es que se acabó el tiempo y los textos ya no toman las decisiones. Es el día de cada uno el que toma la decisión de cuánto se puede leer. Está saliendo con mucha fuerza el audio: a ese texto de 9 o 12 minutos que precisa todo mi cerebro encajonado ahí y que no me permitirá hacer otra cosa como correr o estar con mi hija, se le opone un audio de 12 minutos que permite hacer más cosas mientras esa crónica larga entra a la cabeza. No se está muriendo el texto largo. Lo que pasa es lo de siempre: se muere un formato. Yo no voy a dejar de leer a Javier Marías porque escribe largo.

- ¿Cómo nos agarran estos cambios a los de nuestra generación, que hoy estamos en los 40 largos?

- Nos agarran medio en bolas. Voy a cumplir 48. Sé que estoy mejor ubicado que muchos de mi generación porque mi trabajo consistió en entender ciertos cambios. Pero no por gusto. A los 30 sí lo hacía por gusto pero ahora no. Porque ya no tengo la energía de antes. Ahora no me importa que aparezca Snaptchat. Llegué hasta los blogs. Eso es la vejez. La vejez significa que ya te importa menos. Puedo entender qué tiene calidad y qué no. Pero hay cosas que no me causan más gracia. No sé qué le dice un youtuber a un chico de cinco años, pero puedo entender quién es genuino, quién va a crecer. Tengo esa capacidad. A veces si necesito entender algo llamo a mi hija y me explica. Pero no me interesa más. Hace 10 o 15 años todavía había una ebullición por entender. Supongo que nuestra generación ya está en una etapa de disfrute. No podés estar todo el tiempo tratando de entender todo lo nuevo.

- ¿Corremos el riesgo de quedarnos afuera de un nuevo mundo?

- No corremos el riesgo; nos vamos a quedar afuera. Veo gente de mi generación en Twitter haciendo esfuerzos denodados por hablar como hablan los que tienen 15 años menos. Me dan un poco de vergüenza porque es un esfuerzo al pedo. ¿Por qué congraciarte con el que viene atrás si sabe que sos un boludo? Pero es algo muy personal. No creo que a cierta edad haya que innovar con la energía de los 30 años. Lo que hay que hacer es mejorar el mundo de uno. Yo tengo de todo aún para decir de mi generación. Pero no tengo nada para decir sobre los pibes de 25.

Nostalgia

- ¿Te sentís viejo ante los cambios?

- Yo soy viejo. No es que me levanto y me siento viejo. Soy viejo. Es una decisión que tiene que ver con apreciar a los que tienen mucha energía. Antes yo iba a buscar un chiste a la otra cuadra. Hoy no. Ya fui a buscar un chiste. Ya hice todo eso. Estoy en una etapa más contemplativa que de creación. De mirar el mundo, de tratar de comprenderlo, de disfrutar de hijos. Estoy más burgués. Haber venido a vivir de nuevo a la Argentina me puso en otra forma de ver… Tenía mucha muchas ganas de volver. Extrañaba. Lo que hago ahora es exactamente lo que extrañaba. Estar en este barrio, vivir de día, ir a la cancha a ver a Racing, hacer de Buenos Aires un lugar propio. Y no es una vida loca. Es ésta. Es lo que tengo ganas de hacer ahora.

- ¿La nuestra es una generación melancólica?

- No soy desdeñoso de lo que me gustó siempre. No digo “aquello es una porquería”. Pero tampoco lo quiero hoy. Hace poco le hice oler a mi hija los libros de la colección Robin Hood. Era un olor a pata vieja. Ella me decía que era un olor horrible. Me parece que está bien que tengamos esa nostalgia, porque es una nostalgia de juventud. A mí me recuerda a mi infancia, a mi juventud, a lo que me pasaba en determinado momento. Pero al mismo tiempo me resulta muy gratificante la forma en que se comunica hoy. Me parece divertido. Como me parece divertido cómo hacíamos las revistas en los años 90. Es un lujo que hoy podamos hacer que nos lean en Tailandia. Entonces no pierdo la nostalgia por algunas cosas, como por comprar un determinado papel. Obsesiones ridículas que no le interesan a nadie. Nosotros sabemos que a nadie le interesa la diagramación de Orsai y que es algo que hacemos para nosotros. Tampoco sé si la gente nos lee. Creo que compran la revista para que nos sigamos divirtiendo. Supongo que mi hija en el futuro tendrá nostalgia de Spotify o algo así.

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PERFIL

Hernán Casciari nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, en 1971. Fundó la Editorial Orsai y dirige la revista del mismo nombre. Publicó las novelas El pibe que arruinaba las fotos y Más respeto que soy tu madre, de la que derivó una obra interpretada por Antonio Gasalla que batió récords de público en el teatro. También es autor de los libros de cuentos España decí alpiste, El nuevo paraíso de los tontos, Charlas con mi hemisferio derecho, Messi es un perro y El mejor infarto de mi vida. Hasta 2010 fue columnista de opinión de El País (España) y La Nación (Argentina), a los que renunció para embarcarse en proyectos propios. En 2012 empezó a leer sus cuentos en las radios Vorterix y Metro; el éxito de esas lecturas hizo que comenzara a hacerlo en teatros. Protagonizó Una obra en construcción, junto a personajes reales de sus cuentos; Tragedias, con Zambayonny; Comedias, con Fabiana Cantilo; y Nostalgias, con Cucuza. Recibió el Premio de Novela en la Bienal de Buenos Aires (1991), el premio Juan Rulfo (París, 1998) y el premio de la Deutsche Welle al mejor blog del mundo (Berlín, 2005). Vivió 15 años en Barcelona. Desde 2016 vive en Buenos Aires.